Fin de la Cita

Fin de la Cita

“…”

Literalmente. Esto es lo que ponía en la tarjeta que encontré sobre mi ordenador cuando volví de recoger mi café en Starbucks. En el reverso unas coordenadas, un día y una hora. Habría tirado la tarjeta a la basura y hubiera ignorado tanto misterio si no fuera porque se me está acabando el material para compartir con todos mis seguidores. Soy un community de primera fila y me debo a mi público, así que allí me encontré, solo en la ventanilla de un Mc Auto a las cuatro de la mañana.

– ¿Obdulio Arriaga? -susurró una especie de ajado mayordomo abriendo la ventana-
Dulio -me reí con el encanto que me caracteriza- La gente me conoce más por ese nombre.
– Sígame -musitó girándose sin siquiera mirarme a los ojos-

Sonó el pestillo de la puerta y pasé al interior del desierto local. El viejo mayordomo me condujo a través de la cocina y el almacén hasta una pequeña sala iluminada tenuemente. En el centro una gran mesa camilla que ocupaba casi toda la estancia. Alrededor de ella seis señores mayores ojerosos y pálidos.

– Pase y tome asiento, señor Arriaga. Le estábamos esperando – dijo con voz cavernosa uno de los ancianos ocultando su rostro entre las sombras-
– Buenas noches, podéis llamarme Dulio ¿Os conozco de algo?
– Puede que no personalmente Obdulio, pero sabemos que eres una gran seguidor de nuestra obra -contestó otro de ellos con un perfecto acento castellano-

Me extrañó mucho porque yo no soy seguidor de cualquiera. El equilibrio entre seguidos y seguidores es esencial en mi profesión.

– ¿Son ustedes escritores o artistas? Si le sigo sin duda les conozco bien -contesté en un tono jovial-
– No joven -contestó un tercero dejando caer una cucharilla de plástico sobre el plato de porcelana de su taza de café- nosotros te conocemos bien a ti y a los tuyos.
– ¿A los míos?
– Sí, permíteme que nos presentemos. Somos El Club de las Comillas. Llevamos siglos trabajando sin cesar por el bien de la humanidad.

En ese momento temí haberme metido de lleno en un nido de locos, pero sin duda sería carne fresca para alimentar mi timeline durante una buena temporada.

– Nosotros hemos dedicado nuestra vida a la perpetuación de las citas célebres, como tantos otros hicieron antes que nosotros -prosiguió otro anciano con unas gafas de pasta que parecían pesar una tonelada- Sin nosotros no hay una mano a la que que puedan aferrarse los indecisos, los desmotivados, los desubicados, los…
– Un segundo señores -interrumpí- ¿quieren ustedes decir que su pequeña reunión para jugar al cinquillo es el que recopila todas las frases de grandes hombres del mundo?
– Eso fue sólo al principio hijo. Como podrás intuir no hay un número lo suficientemente amplio de personalidades de referencia, y cada una de ellas sólo puede crear un número limitado de frases célebres, así que también nos vimos obligados a generarlas para atender a la demanda de sabiduría accesible que nos llegó tras el boom de los sobrecitos de azúcar -comentó uno de los ancianos mientras jugueteaba con una pluma estilográfica entre sus dedos.
– ¡Pero eso es imposible! -dije pensando que acababa de desenmascarar aquella mala broma de cámara oculta- la citas siempre van ligadas al personaje que las pronuncia. No se generan de manera espontánea.
– Efectivamente, y es por eso que creamos personajes recipiente para asignarles la autoría de las frases generadas y convertirlos así en personajes.

La estilográfica del anciano escupió un chorro de tinta sobre la falda de la mesa camilla ante la mirada inquisitiva del resto. Aproveché la situación para intentar conseguir más información.

– ¿Y por qué no se las atribuyeron a ustedes mismos?
– Verás Obdulio, nosotros somos historiadores, matemáticos, bibliotecarios, lingüistas… No tenemos una vida ni emocionante y ni ejemplar… y de hecho ni siquiera somos los «generadores» de esas frases -el acento castellano del anciano se volvió casi teatral-
– ¿Entonces quién las crea?
“Quién” no hijo, “qué”. En 1971 previmos el problema e inventamos un robot que combinaría todas las palabras de nuestro diccionario en base a unos correctos parámetros gramaticales y a una extensión ideal -dijo el más joven del grupo- En un segundo paso quitaríamos las frases con tacos y las someteríamos a un proceso de selección para crear bloques temáticos. Así las lanzaríamos a través de nuestros “actores” llegado el momento oportuno.

Mi incredulidad dio paso a una sensación de rabia al saber que estábamos adorando a ídolos vanos. A sabiendas de que la respuesta no iba a ser fácil de digerir decidí lanzar la pregunta.

-¿A qué grandes hombres han manipulado para que sean sus “actores”?
– Bueno, comenzamos el proyecto de robot en un “ordenador personal”. Seguro que es usted lo suficientemente sagaz para adivinar quién se esconde detrás de las siglas P.C. -se miraron pícaramente entre sí-
– No puede ser -palidecí repentinamente- ¿¡El gran Paulo Cohelo es uno de sus “actores”!?
– ¡BASTA DE MONSERGAS! -bramó de repente el anciano en la sombra- Si está usted aquí es en representación de todos los CMs -me sorprendió escuchar a un señor tan anciano utilizar una terminología tan actual- Nos habéis sido muy útiles estos años y sabemos que nuestra obra es para ustedes un recurso más que necesario para la naturaleza en sí de su trabajo, pero tenemos nefastas noticias -de repente se le quebró la voz-
– Nuestro robot ha determinado que ya no hay más combinaciones de palabras posibles para generar frases célebres -prosiguió el anciano del café jugueteando con el borde de la taza- Eso no sólo quiere decir que no dispondremos de más frases para nuestro actores, sino que además cualquier cita que un personaje célebre pronuncie a partir de ahora ya existirá en nuestros archivos.
– El fin de las citas ha llegado y nuestro trabajo en estos últimos días ha sido comunicar la mala noticia a los principales grupos afectados. Confiamos en que difunda la noticia y guarde usted nuestro secreto -el anciano del perfecto acento utilizó un tono solemne y cercano-

Toda esta situación se me había escapado de las manos y estaba en estado de shock. Había estado viviendo una mentira durante años, la responsabilidad y el miedo se me empezaban a agolpar en la garganta, estaba frente a una organización secreta con lo que parecía siglos de historia y…

– ¿Se encuentra bien Obdulio?¿Le podemos ofrecer algo? ¿Un anís, un café, unos aros de cebolla…? -el anciano “menos anciano” debió percatarse de mi malita cara-
Dulio, digo… no, gracias. Les agradezco que me hayan elegido como representante y confíen en mí. Soy una tumba.
Lo será si se va de la lengua -apostilló el anciano de voz bronca mostrando a la luz su cara marcada por una profunda cicatriz en forma de equis que le “tachaba” la boca-

Braulio le acompañará a la salida. Muchas gracias por su comprensión – dijo el anciano de las enormes gafas mientras el mayordomo se materializaba de nuevo a mi lado-

Seguí los pasos de Braulio hasta el aparcamiento y la puerta se cerró tras de mí. Aquel club de ancianos era tan real como el olor a fritanga que se me había pegado a la ropa. A partir de ahora había que buscar la inspiración cada vez que nos encontráramos en un dilema en otros seres vivos porque por lo visto el ser humano ya no daba más de sí. Mi cabeza era un mar de dudas, pero había una pregunta que primaba sobre todas las demás: ¿qué coño iba a postear para mi público si no podía repetir las citas que ya ha había utilizado hasta ahora?.

El frío de la mañana empezaba a calar mis huesos y el sol ya empezaba a salir en aquel enorme parque comercial. Nacía un nuevo día. Sonreí mirándome los zapatos. A los community managers nos podrían quitar las citas pero jamás podrían quitar los días de la semana.

Buenos días. Por fin es #juernes.