El Síndrome del Efecto 2000

El Síndrome del Efecto 2000

Sale el sol en los prósperos edificios de oficinas. Las manadas de clientes salvajes pastan sus enteras de jamón, aceite y tomate en los bares de los polígonos industriales y tabernas de mala muerte donde poder llamar al camarero gritando jefe. En las agencias, los atareados comerciales se lanzan a buscar sustento a puerta fría mientras que los directivos peinan la web en busca de premios y concursos para ganar puntos en época de apareamiento. Tras la migración de estas especies en verano a parajes más amables en busca de cerveza barata, mosquitos tigre y falta de cobertura, parece que la calma y la rutina vuelven al mundo de la publicidad.

De repente algo cambia. Una brisa fría despeina la nuca de un ganadero en Cortegana y hace que mire de reojo un almanaque de Cepsa que se balancea en la pared de la oficina. Si se mueve así es que ya apenas pesa y eso quiere decir que el año se va a acabar en apenas unas semanas. El cataclismo está servido.

El ganadero desbloquea torpemente con sus rudos dedos su smartphone de alta gama y llama a sus socios para comunicarle el hallazgo. Aunque haya alimento de sobra en los prados, a ojos del exaltado cliente, apenas llegan a ser suficientes para pasar el día. Se declara el estado de emergencia y se empieza a llamar a proveedores de todos los colores y formas para pedir presupuesto, reducir costes, ganar dinero y “hacer cosas”

Al ver a un sujeto corriendo, la manada corre por si acaso es víctima de un ataque. Las líneas telefónicas se colapsan. El suelo tiembla ante semejante estampida, pero el pánico pronto pasará a un segundo nivel porque entre otros proveedores las agencias de publicidad reciben un auténtico bombardeo solicitando reuniones, presupuestos, cambios…

Las campañas que están en proceso se paralizan automáticamente. “Esto es más importante” brama el cliente al otro lado del teléfono. “Necesito cambiar todo, justificar gastos, ganar una cuota de clientes y (por supuesto) felicitar las navidades”. El alud de responsabilidades empieza su singladura. Las calculadoras empiezan a echar humo, los timings a apretarse y menguar, y los creativos se cagan en su estampa.

Cuando las agencias se ven tan saturadas el fenómeno sube un peldaño más y de transmite a un grupo de freelances solitarios que anidan eventualmente cerca de las agencias. El peso de la responsabilidad y la libertad de movimientos es devastadora con ellos. No hay descanso, los resultados deben ser inmediatos y el eco del “ya vamos tarde” se resuena en sus cabecitas.

Las ideas se plagian para perder menos tiempo, los presupuestos se bajan por falta de ocasiones para negociar. “Otro año nos pasa lo mismo”, “yo no sé para qué os contrato”, “tengo tarjetas de otras agencias que no tendrían problemas en trabajar como yo quiero”… suenan las dentelladas.

El calendario avanza. La batalla por la conservación del cliente es despiadada con todas las partes ¿Todas? Todas no, mientras ejecutivos, creativos, y freelances están en plena ebullición el cliente llega a un punto en el que se aburre y se concentra en placeres más mundanos. Las comidas de navidad, los sorteos de la lotería, las vacaciones inminentes… y se limita a devolver los correos, acumular los presupuestos y a relajar la postura quitándole peso al asunto pero sin bajar el tono. “No puedes dar marcha atrás. Que trabajen los cabrones, que para eso les pago”.

El año acaba con bajas por parte de agencias y freelances, pero el trabajo queda resuelto. Para más inri la agencia manda al cliente una cesta de navidad, un juego de pluma y bolígrafo o cualquier chorrada porque hay que (pese a la paliza) estar agradecidos.

Los clientes por su parte usan los presupuestos y bocetos como posavasos y manteles para que el anís y los polvorones no manchen la carísima mesa de cristal. Esas campañas no se llevarán jamás a la práctica y ese boceto quedará arrugado debajo del sofá entre confeti y cabezas de langostinos.

La amenaza ya parece lejana cuando llega enero, pero un nuevo calendario cuelga de la pared de la oficina del cliente, y la hecatombe se repetirá en tan sólo unos meses con la Semana Santa, y luego con la feria, y luego con las fiestas del pueblo, y con las vacaciones de verano, y con la baja por embarazo, y con el puente de turno…

Las leyes de la naturaleza se han de respetar y asimilar para vivir en paz, pero en este caso cambiar esta situación es más que posible con sencillas acciones que nos definen como profesionales y casi como seres humanos.

La primera: Previsión. Si esto pasa cada cierto período de tiempo y es un ciclo tan predecible, adelantarse es la clave. Esos huecos que se crean no sirven para descansar de la paliza, sino para distribuir el trabajo equitativamente durante todo el año. Las felicitaciones navideñas se pueden hacer en abril y establecer un tarifario hará que la creación de presupuestos sea más sencilla.

La segunda: Autoestima. No hay ser servilista. Tu trabajo es valorable y de calidad, no hay que bajarse los pantalones ante amenazas o presiones con los plazos. Si los plazos son cortos y el volumen de trabajo alto, sube los precios y saca trabajo para freelances de manera equilibrada si te ves desbordado. Si el cliente protesta no cedas. Quiera el trabajo “para ayer” o quiera “todo el trabajo hecho”, si es tan importante, pagará un precio justo por ello. Si no es que te la está intentando meter doblada.

Tercera: Monitorización. No pierdas la cuenta de lo que se pide y lo que se da. La relación debe estar equilibrada. Numera los presupuestos que te pidan y revísalos. Si te piden el mismo concepto da el mismo precio y no te dejes llevar por el terror. Aprovecha una reunión al año para enseñar el volumen de presupuestos pedidos y los trabajos que han salido. Si la proporción es desequilibrada recuérdale al cliente el trabajo que supone hacer un presupuesto.

La cuarta y última: Empatía. Se consciente del efecto que produce este fenómeno y ponte en la piel de todas las partes. Seguramente el ejecutivo de la marca esté tan presionado como tú, así que intenta dialogar y relajar las posturas a base de sentido común. Si no puedes evitarlo para al menos la dinámica en tu punto. Si tienes una agencia no vuelques el estrés y todas las responsabilidades en el siguiente eslabón, porque si no los que terminan sufriendo todo el peso de este sin Dios es el currante que echa horas a pie de ordenador o echando kilómetros de un lado para otro.

Con estos cuatro pasos debemos ser capaces de frenar la deriva y conseguir trabajar de manera armónica y justa por el bien de la salud mental y física de todas las partes. Así el fantasma del pánico inútil que desató el Efecto 2000 en su día no vendrá a aparecerse cada dos por tres.