con lo que yo era...

Con lo que yo era…

– ¿Y a qué se dedica usted?
– Soy publicista en una agencia.
– ¡Diablos, qué interesante!

Es una delicia escuchar diálogos como estos en películas clásicas, cuando la publicidad era una profesión prestigiosa y emocionante. La ficción tiende a fantasear, pero bien es cierto que la figura del publicista ha sufrido una degradación progresiva a lo largo de los años y ha pasado de ser un gurú a un molesto trámite a la hora de que los deseos del cliente se materialicen.

Un publicista en los 60s era un profesional capaz de doblegar la voluntad del público objetivo porque poseía la formación, el talento y la cultura que le permitía saber lo que el público objetivo necesitaba escuchar para comprar uno u otro producto. Un auténtico semidiós a medio camino entre el hipnotizador y el economista.

La profesión de publicista estaba muy bien considerada socialmente. A los analistas, economistas y comerciales, en las agencias de publicidad se les unían escritores, periodistas, pintores, dibujantes o poetas. Esto aportaba el encanto de la bohemia y ese glamour que se puede captar en películas como Pijama para Dos o en la serie Mad Men. Y por supuesto, sobra decir que estos profesionales estaban lo suficientemente remunerados como para permitirse un buen puñado de lujos.

Hoy las tornas cambian y la sensación de que los publicistas son como estrellas del pop se hace muy patente observando su decadencia actual. A día de hoy una agencia de publicidad se compone de una persona con una agenda de contactos y una conexión a internet para rebotar correos entre freelances y clientes, llevándoselo calentito en el proceso. El resultado es una publicidad barata y teledirigida por un cliente que usa los servicios de los profesionales (ya sean en plantilla o subcontratados) como meros ejecutores de ideas plagiadas de algún tablero de Pinterest o del blog de turno.

La profesión de publicista se ha devaluado porque se ha prescindido del talento, la intuición, la formación y la cultura en pro del manejo de un glosario de programas informáticos que jamás se van a utilizar en la práctica. Los publicistas hemos pasado de ser la cabeza a ser la mano en este proceso. Una mano torpe y mal pagada.

Esto puede sonar a que nos quejamos porque nos escuecen las heridas, pero os proponemos una demostración empírica: Haced una búsqueda en Infojobs. Buscad ofertas de trabajo para tres perfiles profesionales. El primero para un puesto de publicista, el segundo uno de administrativo y por último uno para maquinista en una imprenta.

Echad primero un vistazo a los requisitos. El publicista debe acreditar 3 años de experiencia en un puesto similar, una formación mínima en grado superior, hablar tres idiomas, debe dominar software de diseño gráfico, ofimática y edición de vídeo, programar y diseñar web, ser inquietos, creativos, motivadores, proactivos, resolutivos, estar al día de todas las tendencias y mostrar un book donde ver todos los trabajos realizados. El administrativo requiere una formación de grado medio y se valora la experiencia manejando el paquete Office, atendiendo al teléfono y hablando algún idioma extra. El técnico de impresión requiere 5 años de experiencia, una formación específica y ser capaz de hacer un presupuesto.

Ahora veamos los rangos salariales. El técnico de impresión cobrará de 21.000 a 30.000 euros (bien ahí), el administrativo de 12.000 a 18000 euros (claro que sí) y el publicista de 12.000 a 15.000 € (más que suficiente para alguien que seguro que está todo el día fumando porros y jugando a videojuegos ¿no?).

Podríamos señalar a mil y un culpables de esta situación: La competencia entre agencias, la abundancia de profesionales, la desaparición de las agencias, el abaratamiento de los costes, la precariedad en los contratos, los concursos públicos, los estereotipos sobre los profesionales de la publicidad, el intrusismo, la popularización de herramientas de diseño, el acceso a información instantánea a través de internet… pero el caso es que este es el punto en el que nos encontramos.

En la mano de los profesionales de este sector está el futuro de la profesión, pero desgraciadamente hay que elegir entre bajar la cabeza, asentir y tener algo con lo que llenar la barriga, o por el contrario hacerse valer, trabajar duro y pasar más hambre que el perro de un afilador, que comía chispas para llevarse a la boca algo caliente.

Definitivamente de la publicidad se vivía mejor cuando se cobraba en pesetas.