Miedo al fuego amigo

Miedo al fuego amigo

Opinión

Silencio. Intenta contener por un momento la respiración y afinar bien el oído ¿Lo has escuchado? ¿Oyes ese murmullo de fondo? Son los miles de ilustradores y publicistas españoles quejándose porque en sus gremios no hay una guía de precios y tienen miedo a hacer un presupuesto sin que se la jueguen los clientes o sus propios compañeros. Ya puedes respirar, a menos que seas un ilustrador o un publicista. En ese caso ya estarás acostumbrado a vivir sin oxígeno.

Pongámonos en contexto. Publicistas e ilustradores no tienen tarifas oficiales, recomendadas o de orientación porque la Ley de defensa de la competencia prohíbe a las asociaciones profesionales españolas fijar tarifarios orientativos y esto está controlado muy de cerca por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Esto se traduce en que si eres una asociación de este tipo y publicas un tarifario orientativo la CNMC te hace pagar una multa brutal.

Así que, si quieres hacer un listado con tarifas, tienes que hacerte una para ti solito en función de variables como plazo, esfuerzo, contrato, derechos derivados, tipo de trabajo, tipo de cliente, volumen de producción, etc. y hagas lo que hagas siempre vas a pensar que te la están metiendo por algún lado.

Si nuestro gremio fuera un animal sería un perro sarnoso, desconfiado y tembloroso que se debate entre la vida y la muerte, y que duda si aferrarse a la vida aceptando el chusco de pan que le ofrece el cliente o lanzarse a su yugular y darse un festín con su cadáver aunque esta maniobra le cueste la vida.

Pero siempre habrá un amigo campechano e ignorante que diga “pero no hace falta que publiquéis nada, podéis hablar entre vosotros. Fijaros en las enseñanzas de los más veteranos y en los conocimientos frescos de los nuevos profesionales”.

Este individuo no ha estado en ninguna charla de freelances o en alguna exposición, de lo contrario sabría que carecemos de esa camaradería, organización o confianza. Porque lo que nos ata las manos es el miedo. Miedo a abrirnos a otros otros profesionales como nosotros y a caer abatidos por fuego amigo.

Para que os hagáis una idea una conversación entre profesionales sobre este tema suele ser así:

– ¡Ey Lucrecia! ¿Cómo andamos?
– Ahí tirando, Ovidio.
– Me alegró mucho verte en el Pechakucha el otro día.
– ¡A ver si quedamos más cabrón, que estás perdido!
– Sí… Oye, una cosa ¿Te acuerdas que me dijiste que estabas trabajando con una marca de grandes almacenes?
– Sí, claro.
– Es que un cliente parecido me ha pedido presupuesto y quería saber tu opinión. Te mando por mail las cifras.
– ¡Ah!… vale… (se esfumó el buen rollo)
– ¿Cómo las ves?
– Bien… pero yo pediría más.
– ¿Como cuánto más?
– Pues… algo más.
– ¿Tú cuánto le cobras a tu cliente?
– Hombre, son situaciones distintas…
– Ya ¿Pero cuánto?
– Bastante más.
– ¿Me puedes decir la cifra?
– ¡Uy! Ojalá pudiera… Pero ya sabes…
– Entiendo, gracias de todos modos.
– ¡A mandar!
– Un abrazo a Patricia y a los niños.
– ¡De tu parte monstruo!

Efectivamente, nos cuesta la misma vida dar una cifra exacta o decir claramente lo que hemos cobrado porque tememos que la otra persona suelte un “¡Pero eso es una miseria!”. Esto implicaría que valoramos menos nuestro trabajo que el suyo o que hicimos mal el presupuesto y podríamos haberle sacado mucho más al cliente (y nos lo imaginamos encendiéndose un puro con un billete de quinientos euros y emitiendo una carcajada mientras dice “¡vaya chollo, menudo pardillo!”). Y eso nos duele, primero como profesionales y luego como patéticos seres humanos.

Sólo hay algo peor, que el interlocutor se sienta herido como profesional y grite a los cuatro vientos (o peor aún, en redes sociales) que estás bajando el caché de toda la profesión y que tienes la culpa de la precariedad del sector. Sí, tú solito ¿Hay gilipollas de este calibre en la profesión? Sí ¿Tendemos a ser ese tipo de gilipollas cuando tenemos la oportunidad? También.

Es más. Hay ilustradores y publicistas que cuando se encuentran en esa tesitura en algún foro especializado mienten como bellacos inflando los precios y no pillarse así los dedos. Una actitud deplorable, pero bastante más habitual de lo que pueda parecer.

Así trabajaba la Santa Inquisición ¿Pero qué o quién nos quiere tener controlados? Los clientes son demasiado heterogéneos como para ponerse de acuerdo (aunque salgan ganando) y el gobierno dudo que juegue con nosotros a esto. No somos tan temibles como rivales como para tomarse la molestia de caer tan bajo.

En estas profesiones hay un factor esencial a la hora de conseguir trabajo: la popularidad. Es muy posible que, si te expones a ser linchado públicamente, tu popularidad entre los profesionales del sector caiga en picado y por lo tanto pierdas tu prestigio y el posible dinero que traiga consigo en forma de encargos.

Es por eso que algunos prefieren callar para que el bonito gesto no termine enroscado a su propio cuello en un linchamiento público y profesional.

Ese clima de desconfianza generalizada y de lucha por la supervivencia en un sector masificado y apoderado de unos instintos tan bajos, hay otro punto clave para no agarrarse como un clavo ardiendo a la camaradería. Es muy difícil que un creativo o un ilustrador comparta altruistamente sus conocimientos y que formen parte de su fuente de ingresos.

Somos un grupo tan inseguro de sí mismo que tememos compartir nuestras armas para no vernos en clara inferioridad frente a los que no las comparten (y que además aprovechen las que tú les ofrezcas para volverlas en tu contra). Una vía más que nos lleva al miedo a ser señalados y atacados como si fuéramos el lobo omega de la manada dispuesto a ser masacrado por su propia manada.

Queda una reflexión en el aire ¿Qué diferencia a estos sectores de otros? ¿Qué hace de la creatividad profesionalidad un nido de cobardes y desconfiados? Yo me aventuraría a decir que la implicación personal en el proceso.

Hay quien lleva años puliendo y perfeccionando su estilo (o un proceso de trabajo) y la cautela lo paraliza al pensar que el resto no sabrá valorar su ofrecimiento o que lo convertirán en algo absolutamente distinto y pervirtiéndolo. También los hay que piensan que su profesionalidad o su estilo proviene de un talento innato, y que al compartir sus secretos ese don va a desaparecer.

Sea como fuere la publicidad y la ilustración viven un momento amargo. La competencia es cruel y voraz, y está continuamente definida por las tensiones típicas de las idas y venidas de clientes, por un apoyo institucional que brilla por su ausencia, porque no dejan de salir profesionales de escuelas y facultades, pero los clientes no nacen al mismo ritmo, etc.

Pero, tal y como hemos visto, bajo todo ese estrato de miserias existe un espíritu autodestructivo que nos impulsa al canibalismo más absurdo ¿Estamos realmente destinados a ser nuestros propios verdugos?¿Hay algún profesional que salga ganando realmente poniéndole la zancadilla a otro? ya hemos visto que si lo hay no lo va a confesar públicamente y si se lo preguntamos directamente tampoco nos lo va a querer decir. Así nos va.

Con lo que yo era…

Con lo que yo era…

Opinión

– ¿Y a qué se dedica usted?
– Soy publicista en una agencia.
– ¡Diablos, qué interesante!

Es una delicia escuchar diálogos como estos en películas clásicas, cuando la publicidad era una profesión prestigiosa y emocionante. La ficción tiende a fantasear, pero bien es cierto que la figura del publicista ha sufrido una degradación progresiva a lo largo de los años y ha pasado de ser un gurú a un molesto trámite a la hora de que los deseos del cliente se materialicen.

Un publicista en los 60s era un profesional capaz de doblegar la voluntad del público objetivo porque poseía la formación, el talento y la cultura que le permitía saber lo que el público objetivo necesitaba escuchar para comprar uno u otro producto. Un auténtico semidiós a medio camino entre el hipnotizador y el economista.

La profesión de publicista estaba muy bien considerada socialmente. A los analistas, economistas y comerciales, en las agencias de publicidad se les unían escritores, periodistas, pintores, dibujantes o poetas. Esto aportaba el encanto de la bohemia y ese glamour que se puede captar en películas como Pijama para Dos o en la serie Mad Men. Y por supuesto, sobra decir que estos profesionales estaban lo suficientemente remunerados como para permitirse un buen puñado de lujos.

Hoy las tornas cambian y la sensación de que los publicistas son como estrellas del pop se hace muy patente observando su decadencia actual. A día de hoy una agencia de publicidad se compone de una persona con una agenda de contactos y una conexión a internet para rebotar correos entre freelances y clientes, llevándoselo calentito en el proceso. El resultado es una publicidad barata y teledirigida por un cliente que usa los servicios de los profesionales (ya sean en plantilla o subcontratados) como meros ejecutores de ideas plagiadas de algún tablero de Pinterest o del blog de turno.

La profesión de publicista se ha devaluado porque se ha prescindido del talento, la intuición, la formación y la cultura en pro del manejo de un glosario de programas informáticos que jamás se van a utilizar en la práctica. Los publicistas hemos pasado de ser la cabeza a ser la mano en este proceso. Una mano torpe y mal pagada.

Esto puede sonar a que nos quejamos porque nos escuecen las heridas, pero os proponemos una demostración empírica: Haced una búsqueda en Infojobs. Buscad ofertas de trabajo para tres perfiles profesionales. El primero para un puesto de publicista, el segundo uno de administrativo y por último uno para maquinista en una imprenta.

Echad primero un vistazo a los requisitos. El publicista debe acreditar 3 años de experiencia en un puesto similar, una formación mínima en grado superior, hablar tres idiomas, debe dominar software de diseño gráfico, ofimática y edición de vídeo, programar y diseñar web, ser inquietos, creativos, motivadores, proactivos, resolutivos, estar al día de todas las tendencias y mostrar un book donde ver todos los trabajos realizados. El administrativo requiere una formación de grado medio y se valora la experiencia manejando el paquete Office, atendiendo al teléfono y hablando algún idioma extra. El técnico de impresión requiere 5 años de experiencia, una formación específica y ser capaz de hacer un presupuesto.

Ahora veamos los rangos salariales. El técnico de impresión cobrará de 21.000 a 30.000 euros (bien ahí), el administrativo de 12.000 a 18000 euros (claro que sí) y el publicista de 12.000 a 15.000 € (más que suficiente para alguien que seguro que está todo el día fumando porros y jugando a videojuegos ¿no?).

Podríamos señalar a mil y un culpables de esta situación: La competencia entre agencias, la abundancia de profesionales, la desaparición de las agencias, el abaratamiento de los costes, la precariedad en los contratos, los concursos públicos, los estereotipos sobre los profesionales de la publicidad, el intrusismo, la popularización de herramientas de diseño, el acceso a información instantánea a través de internet… pero el caso es que este es el punto en el que nos encontramos.

En la mano de los profesionales de este sector está el futuro de la profesión, pero desgraciadamente hay que elegir entre bajar la cabeza, asentir y tener algo con lo que llenar la barriga, o por el contrario hacerse valer, trabajar duro y pasar más hambre que el perro de un afilador, que comía chispas para llevarse a la boca algo caliente.

Definitivamente de la publicidad se vivía mejor cuando se cobraba en pesetas.